Una noche (I)

Sus manos temblaban, las llenaba un río fresco y salado, el sudor la mantenía segura de su existencia, y más aún el miedo, un temor llamado a concebirse como pasión…Una sensación desconocida, y en sus piernas se entumeció el dolor, se entumeció su paso, y congeladas adheridas al piso perdieron con los segundos su poder de movilidad. Era como ver una hoja en otoño, buscaba aferrarse a su quietud, pero el viento, más en temple que su voluntad la sopló y la quiso llevar a sus antojos, y allí llamarle propia.
Su palidez desaparecía con la cercanía de su amante, las mejillas se tornaron rosadas al tiempo que el corazón casi siendo incapaz le merecía duplicar la respiración. Inmóvil, quieta, en silencio y aferrada a la nada, así permanecía su belleza de pie y sin premeditar acción alguna en contra o a favor de la situación. Era obvio el temor, aún en el calor de un abrazo su silueta se estremecía como en invierno una piel desnuda. Su cuerpo no respondía, y casi por inercia sus órganos divisaban aún la vida –que hasta el momento- de gloria no conocían.
Hubo un instante de éxtasis inicial, la distancia se acercaba a pasos cautelosos, y esas manos adoradas tomaban las suyas buscando tranquilizarlas…Sutilmente limpiaba el sudor, las acariciaba y las besaba…La delicadeza había comenzado a asomarse entre los arbustos y se dejaba conocer poco a poco buscando en ella un consentimiento. Era un lenguaje obvio el que la amante descubría, los nervios y sus signos no eran más que una forma de asentir. Por eso sus manos prosiguieron.
En quietud de su humanidad, brotó de la nada un suave movimiento que buscó rodear a su compañera entre la cintura y las caderas –El consentimiento esperado había llegado- Y en pro de él, un beso tímido apareció. Llovieron pasiones al momento y logró incluso estremecerse el tiempo, que desapareció para darle eternidad a las caricias porvenir, al éxtasis y a la claridad que vendrían con el día hasta que la oscuridad les cubriera y les perteneciera.

(…)

0 Silencios...: