Retrato de ella

Ella sólo pudo asir su existencia a un sillón, que le recibiría sin percatarse del verdadero peso de su pena. Sus ojos, acaudalados y tristes buscaron el ventanal de la habitación, que entre lo opaco y luminoso lograba transmitir la agonía del firmamento, y allí fue donde se posó su mirada, detallando la delicadeza con que las gotas de lluvia lavaban los últimos instantes de su felicidad. La pasión sucedió aquel hecho, y como cristales azucarados se desvaneció en la humedad de sus mejillas, al tiempo que sus manos resistían apenas el frío de la soledad que la poseería para siempre.
Palabras desesperadas surgían y convocaban reuniones apetecibles sólo por la amargura, para formar nidos de espinas yacentes en su garganta. El mentón podía soportar por unos momentos la presión de dicha intranquila paz, que aún siendo contradictoria le merecía honores –y más que honores un eterno sollozo- y por honores conocería la gloriosa victoria de aquel amor que le perteneció a ella y a su corazón por un corto instante, por un momento que siendo miserable fue casi eterno.
La majestuosidad de su presencia se sumió en algún lugar, rayando entre la locura y la ternura fiel que irradiaban sus ojos. Era como ver un atardecer, hermoso y nostálgico al tiempo. Un momento de silencio se vivió para darle lugar al grito más profundo y desgarrador, aquel, naciente de las corrientes del más caudaloso río que tiende a saciar la sed de los corazones valientes que buscan alcanzar fronteras más allá de las posibilidades, –un grito silencioso-
Su inmóvil figura parecía desear a lo lejos una caricia, un beso, un roce…Y entre todo ello, quería encontrar un rumbo, uno fijo y consolador hacia los brazos de quien le robara la razón en un pasado fortuito pero memorable. De momento en momento surgía una sonrisa en sus labios, como si a través de los vidrios lograra percibir una alegría celestial concebida con el nombre de su amada; entonces era cuando sus manos se aferraban a los bordes sutilmente detallados de sus vestidos, imagino la presencia de encuentros carnales en su pensamiento, su necesidad de sentir deseo y desenfrenada pasión, tan ferviente como desde el momento en que logró probar el sabor de su piel con lengua y cuerpo…Deseaba, y ese deseo residía en el lenguaje de su geografía.
Un centenar de emociones experimentó en un minuto, y la eternidad le permitió permanecer allí, perdida en su inacabada exploración de aquellos momentos de viveza y extraordinaria dicha. Fue una contradicción conjugada entre la tristeza y la sensación aparente de una presencia, su favorita. La agonía, la nostalgia y la quietud reinaron su rostro y en un segundo no planeado –no por ella, no por mí- cerró sus ojos, y permaneció ahí, distante, encantadoramente extasiada y a la vez tan inocente como su juventud.

Ella supo llorar, felicidad o tristeza fueron sus razones…
Pero nunca aprendió a perder…Perdió su amor en el filo de una cumbre, y todo lo que pudo hacer fue saltar. Sus alas jamás se desprendieron así que cayó, en un vacío del que no logró escapar…De ella murió su alma, y la vimos desvanecerse mientras que intentaba –inútilmente- ahogar su corazón en el éter de su vida.

Permaneció sentada, y con ella su pena y tristeza abatidas. Regaló al viento un suspiro, decoró la habitación con una sonrisa, humedeció el árido momento con una lágrima y cedió sus latidos a quien amó. No perdía nada, simplemente descansó.

Ella supo amar, y lo aprendió por quien estando ausente, ella hasta aquel momento, buscaba hallar presente.

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