No podía dormir -aún no puedo-.
La noche se posaba sobre mí y caía, gran carga, sobre mi cabeza. Y ella...un veneno, un ponzoñoso hilo extendiéndose por mi sangre,...legando a mi corazón.
Recuerdo la desesperación...aún la padezco,...un millón de palabras atacando al unísono, cantándose, una sobre la otra, una tras otra, al lado, tropezándose entre sí...palabras, lluvia de palabras, de sus palabras,...de esa gran humillación, de esa gran mentira,...de esa gran culpa que en mi alma sembró.
Hoy, todavía llueve,...y, aunque es tanto el veneno, es mucho más el vacío...Vacío infame entre mis manos desnudas al aire, inútiles al tiempo.
Desde ese día no duermo, y cuando duermo no quiero despertar,...el mundo me sabe demasiado a ceniza, a muerte, a cadáver, a éter vaciado de mis venas,...a insomnio.
Todavía llueven las imágenes, las palabras,...todo un carrusel de garabatos incrustados en mis sentidos,...y la desidia sobre mí.
Era una gran presencia,...era obvio que al irse,...fuera una monumental ausencia.
Una ausencia que queda en el pecho,...justo donde estaba la luz que emanaba de su sombra,...aquí, en el pecho...aquí cerca,...en este frío que alguna vez fuera calor,...en esa época -bella era- cuando creía -ciegamente- en el amor.

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