Abandoné las letras cuando ellas me dejaron ir,...cuando escribir se había vuelto un mundano gusto, una trivialidad vencida,...El rechazo a la poesía fue más gustoso que haber caído poseída por la palabra. El límite del sentir traspasado con una espada firme y tierna...un nombre, una voz, unos ojos...sus ojos. Hablo de ella...y sin querer, no lo hago. Pues poesía y persona fueron el fértil remanso de mi paz...la paz...la única y añorada paz,...la que abandona las armas y los escudos,...la que se siembra en sí misma, en manos, cuerpo, alma y sonrisa. Pequeña fue mi paz, cubierta de piel morena y suave, de pupilas tan cercanas a mí como el café de la mañana, de la noche, y de la tarde fría.
Abandoné las letras cuando sobre mí surcó el viento y me elevó cual papiro delgado sobre la montaña, el mar, el delirio y el infierno.
No abandoné la poesía -sin embargo- se transformó ante mí,...mariposa de colores que se levantó,...ojos arriba, corazón surcando viento y eternidades. Ella, sin verso o prosa,...no inspiró, llenó,...y al irse...no vació, mató.
Abandoné las letras cuando ellas me dejaron ir,...y ahora, que escribir se ha vuelto un refugio, la palabra ha trazado el límite en el que no la puedo alcanzar,...sean estas -pues- emociones frágiles, rotas e inútiles...libres de poesía.
Hoy, no temo escribir,...porque cuando estás muerto...no le temes a nada.

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