Noches largas,...el tedio se reparte en las horas que gotean y aturden, lentamente, mi espalda. El peso del tiempo es grande y su sabor amargo. La textura de las uvas fermentadas ha desaparecido de mi lengua, el cigarro escaso me recuerda la soledad...esta soledad tan mía, tan propia; soledad de la que me he adueñado, nombre y apellido le siguen, porque no responden a nadie más, o al menos no a ella, a esa otra ella, a la que se fue, a la que yace felizmente sobre un aposento tibio...el bello regalo del amor correspondido,...ése en el que no duermes nunca solo aunque una sola cabeza descanse sobre la almohada. Ella, sola, pero tibia,...yo, condenada a un infierno de hielo, nieve y hastío...condenada a esta cama, a esta sábana congelada, a esta solitud, ausencia o delirio,...delirio que llega en una fiebre nocturna recordarme que ella no está sola mientras yo trato de dormir muriendo marchita frente al espejismo de su cuerpo frente al mío, sin tocarla, sin abrazarla, sólo viendo,...esclava de un infinito que nunca llegó...y la sepia se la lleva, siempre, en algún momento, se la lleva, porque no pertenece a esta imagen, sino a esa otra donde alguien más la espera, mientras yo me tiento a salir en búsqueda de lo ajeno, de lo no-mío...de la ella que se ha ido...
...de la noche tibia...

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